lunes, 4 de febrero de 2013

De una mierda y su verdadera historia Capítulo I


DE UNA MIERDA Y SU VERDADERA HISTORIA, QUE, POR UN QUERER, HABÍA QUE DEVOLVER

Capítulo I


Ésta es la verdadera historia que desvelará a la luz pública los entresijos de un amorío prohibido y que, por fin, confirmará con documentos, sellos e incluso, un cacho de la popular cagá, la autoría del famoso poema que tantos plagiadores han pretendido hacer suyo. Es obligado recordar la célebre estrofa:

“En tu puerta me cagué
creyendo que me querías
y ahora que ya no me quieres
dáme la cagá que es mía.”

Parte de aquella cagarruta se conserva intacta en el Museo de la Reliquias de Villaluengo del Aberroncho, en Cáceres. De no haber sido porque el hacedor del hermoso furullo, por despecho, quiso que le fuera devuelta de manos de su amada, hoy en día no tendríamos referente alguno, ni tan siquiera las bonitas estrofas que en aquel entonces pronunció el amante traicionado, y que dieron forma a este célebre romance. Y, si en este siglo XXI,  lo cantamos entre risas, sobretodo cuando llevamos la  torrija encima, hemos de saber que estas rimas nacieron del dolor, de un corazón destrozado que sufrió de amargura el resto de su vida.
NOTA: Como curiosidad para cagarrutófilos, también se conservan en el citado Museo de las Reliquias los calzones cagaos con las zurraspas impregnadas, que, dicho sea de paso, han dado lugar a una novedosa modalidad en el mundo de la videncia.

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ZURRASPEL
VIDENTE, BRUJO, SANADOR
Veo el futuro en tus calzones cagaos.
Por tus zurraspas sabrás qué te depara el destino.
Tírate un pedo sólido y tendrás un mensaje.
Abstenerse curiosos o quien tenga diarrea. Te. 902 000 999 222
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La historia se inicia allá por el siglo XV, y, según los escritos de la época, rondaba el señorito Ildefonso Peláez de Orduña, de la familia de los Almorraneros de Orduña, terratenientes y tacaños de cojones, a una muchacha del pueblo, la hija pequeña del conde de Aros de Guanderbrá. María Julandrona se llamaba, y era conocida en toda la región por ser algo  ligerita de cascos. Se vanagloriaba de tener docenas de pretendientes, y a todos les hacía pasar por el aro, el del guanderbrá, claro. El señorito Ildefonso cayó en sus despendolados brazos y se enamoró perdidamente de María Julandrona, y un acontecimiento desencadenó el drama. Este buen mozo guardaba celosamente un secreto: sufría en silencio. Sí, sufría, de hemorroides, lo que en aquella época se conocía como tener un grano en el culo.  En aquellos años este hecho resultaba algo vergonzoso para la sociedad, y el infeliz que tenía la mala fortuna de padecerlo, debía ocultarlo a toda costa, por las malas lenguas. El forúnculo maldito del señorito Ildefonso ahí estaba, engordando día a día, y el pobre muchacho ni podía jiñar ni pedir consejo al boticario porque si le pedía algún remedio para hacer caca, el boticario se encargaba de desenmascararlo y ponerlo en evidencia. Fue precisamente el boticario, don Eleuterio Cifuentes, el que corrió el rumor de que las almorranas eran propias de maricas y gentes de mal vivir.
Los pobres de la época, al ser pobres, nada poseían, obviamente, tan sólo tenían hambre, hijos, callos, juanetes, piojos o almorranas. Tener almorranas no era cosa de ricos, aunque las tenían, como todo hijo de vecino, pero se lo callaban. De ahí surgió el famoso slogan “sufrir en silencio”. Porque cuando un pobre tenía una almorrana, lo decía abiertamente y sin tapujos. Mismamente en la cantina, a la primera de cambio, algún campesino  comentaba: -“Oye, me ha salido un grano en el culo que ni te cuento, más gordo que una bellota.” Y el contertulio le respondía con total naturalidad: -“Claro! por eso no te subes al burro estos días ¿no?, a eso le llaman almorrana, creo, a mí me salió una el verano pasado, y oye, al principio era como un garbanzo, pero luego creció  tanto que parecía una cebolla, y cómo picaba la jodía! Ni sentarme podía, y estuve sin cagar tres meses!”

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( Continuará… )

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