DE UNA
MIERDA Y SU VERDADERA HISTORIA, QUE, POR UN QUERER, HABÍA QUE DEVOLVER
Capítulo I
Ésta es la verdadera historia
que desvelará a la luz pública los entresijos de un amorío prohibido y que, por
fin, confirmará con documentos, sellos e incluso, un cacho de la popular cagá,
la autoría del famoso poema que tantos plagiadores han pretendido hacer suyo.
Es obligado recordar la célebre estrofa:
“En tu puerta me cagué
creyendo que me querías
y ahora que ya no me quieres
dáme la cagá que es mía.”
Parte de aquella cagarruta se conserva intacta en
el Museo de la Reliquias de Villaluengo del Aberroncho, en Cáceres. De no haber
sido porque el hacedor del hermoso furullo, por despecho, quiso que le fuera
devuelta de manos de su amada, hoy en día no tendríamos referente alguno, ni
tan siquiera las bonitas estrofas que en aquel entonces pronunció el amante
traicionado, y que dieron forma a este célebre romance. Y, si en este siglo
XXI, lo cantamos entre risas, sobretodo
cuando llevamos la torrija encima, hemos
de saber que estas rimas nacieron del dolor, de un corazón destrozado que
sufrió de amargura el resto de su vida.
NOTA: Como curiosidad para cagarrutófilos, también
se conservan en el citado Museo de las Reliquias los calzones cagaos con las
zurraspas impregnadas, que, dicho sea de paso, han dado lugar a una novedosa
modalidad en el mundo de la videncia.
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ZURRASPEL
VIDENTE, BRUJO, SANADOR
Veo el futuro en tus calzones cagaos.
Por tus zurraspas sabrás qué te depara el destino.
Tírate un pedo sólido y tendrás un mensaje.
Abstenerse curiosos o quien tenga diarrea. Te. 902 000
999 222
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La historia se inicia
allá por el siglo XV, y, según los escritos de la época, rondaba el señorito
Ildefonso Peláez de Orduña, de la familia de los Almorraneros de Orduña,
terratenientes y tacaños de cojones, a una muchacha del pueblo, la hija pequeña
del conde de Aros de Guanderbrá. María Julandrona se llamaba, y era conocida en
toda la región por ser algo ligerita de
cascos. Se vanagloriaba de tener docenas de pretendientes, y a todos les hacía
pasar por el aro, el del guanderbrá, claro. El señorito Ildefonso cayó en sus
despendolados brazos y se enamoró perdidamente de María Julandrona, y un
acontecimiento desencadenó el drama. Este buen mozo guardaba celosamente un
secreto: sufría en silencio. Sí, sufría, de hemorroides, lo que en aquella
época se conocía como tener un grano en el culo. En aquellos años este hecho resultaba algo
vergonzoso para la sociedad, y el infeliz que tenía la mala fortuna de
padecerlo, debía ocultarlo a toda costa, por las malas lenguas. El forúnculo
maldito del señorito Ildefonso ahí estaba, engordando día a día, y el pobre
muchacho ni podía jiñar ni pedir consejo al boticario porque si le pedía algún
remedio para hacer caca, el boticario se encargaba de desenmascararlo y ponerlo
en evidencia. Fue precisamente el boticario, don Eleuterio Cifuentes, el que
corrió el rumor de que las almorranas eran propias de maricas y gentes de mal
vivir.
Los
pobres de la época, al ser pobres, nada poseían, obviamente, tan sólo tenían
hambre, hijos, callos, juanetes, piojos o almorranas. Tener almorranas no era
cosa de ricos, aunque las tenían, como todo hijo de vecino, pero se lo
callaban. De ahí surgió el famoso slogan “sufrir en silencio”. Porque cuando un
pobre tenía una almorrana, lo decía abiertamente y sin tapujos. Mismamente en
la cantina, a la primera de cambio, algún campesino comentaba: -“Oye, me ha salido un grano en el
culo que ni te cuento, más gordo que una bellota.” Y el contertulio le
respondía con total naturalidad: -“Claro! por eso no te subes al burro estos
días ¿no?, a eso le llaman almorrana, creo, a mí me salió una el verano pasado,
y oye, al principio era como un garbanzo, pero luego creció tanto que parecía una cebolla, y cómo picaba
la jodía! Ni sentarme podía, y estuve sin cagar tres meses!”
* * *
( Continuará… )
Hasta acá llega el aroma.
ResponderEliminarEn un sin cagar me tienes, tengo que seguir leyendo el resto...
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