lunes, 4 de febrero de 2013

De una mierda y su verdadera historia Capítulo VII (El desenlace final)


DE UNA MIERDA Y SU VERDADERA HISTORIA QUE, POR UN QUERER, HABÍA QUE DEVOLVER

CAPITULO VII El desenlace final

Hasta aquí, los hechos narrados nos muestran una serie de acontecimientos que se sucedieron partiendo de una hermosa relación entre dos jóvenes, y esta bella historia de amor podía haber tenido un futuro prometedor, de no haber sido por un repugnante y doloroso grano en el culo. Y, llegado este punto, es de rigor recordar que aquí el que sufrió más fué el señorito Ildefonso, tanto por el desplante de su amada, como por el tiempo que llevaba el desgraciado muchacho con el ano encogido, dolorido y estriñido. Porque desde los tiempos remotos hasta el presente siglo, si una almorrana te jode la existencia, también te jode no cagar, y más aún te jode no joder, valga la redundancia.
El protagonista de nuestra historia pasó del amor, impotente, al dolor, impotente también, y luego, encima, fue repudiado y lo echaron como un perro sarnoso del seno familiar, señalado con el dedo por todos y marcado para siempre con el cartel de: “sarasa, marica, afeminado, julandrón”, etc, y todos los calificativos al gusto y de mal gusto. Y, para colmo de sus males, pasó del estreñimiento a la cagalera constante, por culpa de una medicina, que no era otra cosa más que un brebaje de hierbas laxantes para caballos, que preparó un boticario maquinador y más asqueroso que el propio grano en cuestión.
Vagó por los campos durante días y noches, y a cada paso que daba se cagaba vivo. No se atrevía ni a toser. Pero Ildefonso llegó a acostumbrarse, y halló la manera de contener sus cagaleras. Se dio cuenta de que, cantando, se le pasaba un rato la cagueta y notaba cierto alivio y descanso en sus revueltas tripas. En un camino, encontró un panfleto que anunciaba la llegada de unos trovadores al pueblo vecino donde se encontraba .
Había oído hablar de los trovadores, aunque no los había visto nunca en persona. En cierta ocasión, su abuela le contó que, siendo una moza, conoció a un juglar y se enamoró de él, debía de ser su abuelo.

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LA TROVA DEL LAUDEANO
Que toca el laud con una mano
Y canta canciones en castellano
O el romancero gitano
PRÓXIMAMENTE EN LA PLAZA MAYOR
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Ildefonso acudió al pueblo vecino para ver a los trovadores…y quedó prendado de aquellos seres. Le encandiló su música, su arte en el manejo de los instrumentos, y, sobretodo, las letras de las canciones que entonaban, pues eran historias como la vida misma, contadas al son de bellas melodías. Y lo que más le atrajo fue que aquellos artistas, aún siendo personas pintorescas, ataviadas con sus coloridas y peculiares ropas, distintas a la gente normal, nómadas sin hogar fijo, que iban de un lado a otro con sus romances, siempre eran bien recibidos, admirados y aplaudidos por las gentes del lugar. Y lo tuvo claro desde el primer momento: convertirse en trovador. Se hizo con una bandurria y se unió a la trova. Como no tocaba mal la bandurria, debido a sus estudios musicales, y cantaba con cierta gracia y donaire, los trovadores le aceptaron en seguida y le dejaron unirse a ellos.
Un día duró. No más.
Ildefonso cantaba bien, tocaba la bandurria con maestría, y tenía mucha imaginación a la hora de componer coplas y romances…se podía decir que era un artista pero…todo ésto no fué suficiente para que los demás trovadores soportaran un día más sus cagaleras. El pobre muchacho seguía yéndose de bareta a todas horas, allá donde íba. Tan sólo paraba mientras estaba cantando, pero al acabar la canción, sus tripas se desbordaban. El olor repugnante se propagaba de inmediato, la media era de unas diecisiete diarreas por día y, claro, los trovadores le echaron del grupo y le dijeron que se fuera a cantar por su cuenta, que volviera cuando se le pasara. Así pues, Ildefonso se convirtió en un trovador solitario, que cantaba al ritmo que cagaba. No tardó en hacerse famoso y popular y, según la región o comarca, se le conocía como: “El trovador descompuesto”, o “El juglar de la cagueta”, o también “El romance hecho colitis”.
Ildefonso era esperado y su llegada a los pueblos se anunciaba y se aguardaba con interés, la gente aplaudía al oírle cantar, pero nada más terminar se largaban a toda prisa, con lo cual, el pobre nunca recogía beneficios. Pero a él no le importaba, él era feliz con su nueva vida. Solamente le entristecía el recuerdo de su amada María Julandrona, la nostalgia y la pena le invadían cuando la imagen de la muchacha aparecía en su memoria, pero en secreto albergaba la ilusión de que algún día volvería a sus brazos. La esperanza de ver cumplido aquel sueño, le daba inspiración para componer hermosas letras, que interpretaba a la bandurria con toda su alma. Uno de sus romances se hizo muy popular, y decía:

“María Julandrona de mis amores
causa de mis penas y apretones…
Jamás amé tanto a una mujer
pero el grano no me dejaba de doler…
Esa muchacha bella y lozana
me abandonó, sin saber
que tenía una almorrana.
Sé que me habrá de querer
el día de mañana
cuando deje de crecer
el furúnculo maldito
ella querrá volver
a nuestro amor infinito.”

El hijo de los Peláez de Orduña fue un reconocido trovador, y muchos de sus romances cantados se hicieron célebres en aquella época, sin embargo, todos quedaron en el olvido, a excepción de uno, como ya anunciamos al inicio de esta historia, y he aquí cómo sucedió:
Tras varios meses de peregrinaje por andurriales y caminos de Dios, canta que te canta, bandurria en ristre, caga que te caga, el grano pareció menguar. Ildefonso creyó llegado el momento de regresar a su pueblo en busca de su prometida. Total, porque en un día sólo había tenido cuatro o cinco cagaleras, de las diecisiete que normalmente tenía. En su fuero interno, el deseo de volver a los brazos de su amada María Julandrona, le hizo pensar que sería capaz de recuperarla. Él estaba seguro de que ella jamás había dejado de quererle. Y allá que fue.
Tardó dos días en llegar a su pueblo, claro, íba en el coche de San Fernando: “un rato a pie-un rato andando”, pero llegó. Y se plantó en la puerta de la casa de su prometida. Con una mano sostenía la bandurria, y con la otra llamó con la aldaba. Un fornido mozarrón acudió a abrirle, y le preguntó quién era y a qué se debía su visita.
-Ildefonso Peláez de Orduña, me llamo- respondió él- y deseo ver a la hija del conde, si es menester.
-¿A María Julandra?- dijo el mozo.
-María Julandrona, perdone, es su nombre.-corrigió Ildefonso.
-¿Y a qué se debe su visita, si puede saberse?
-Quisiera hablar con mi prometida en privado, si no le importa, ¿puede llamarla, por favor? Dígale que su Ildefonso ha vuelto para recuperar su amor.
-¡Ah, ya comprendo!-exclamó el mozo,y, acto seguido, la llamó diciéndole a gritos:- ¡Maríaaaa….baja, mujer, que tiés visita!
-¿Y quién es?- se la oyó a ella preguntar.
-No sé, uno que dice que eres su prometida, debe de ser uno de tus querindongos, dice que viene a recuperar no sé que…ánda, baja de una vez y mándalo a hacer puñetas!
-¡Vooooy!- gritó la muchacha.
Se oyeron sus pasos, bajando la escalera. Antes de que apareciera en la entrada, se la oía decir:
-¿Quién será el pesado que viene a estas horas? Con lo a gusto que estábamos, cariño, ahora me tengo que vestir otra vez! ¿por qué no le has dicho que se largue con viento fresco?
Y, cuando apareció María Julandrona, Ildefonso casi se desmaya al verla, medio desnuda, colocándose el refajo y la blusa. Luego se fijó en el cinturón desabrochado de los pantalones del mozo. Entonces lo entendió todo. Tragó saliva…ella también. Se miraron largamente. En ese instante, el señorito Ildefonso tuvo la certeza de que aquella mujer no le amaba, ni le amó jamás, y, al mismo tiempo, empezó a notar una sensación muy familiar en sus tripas. Le cerraron de un portazo en las narices, y, mientras aún podía escuchar las voces del mozarrón diciendo:
-Anda, guarrona, sube pal cuarto y quítate el refajo que te viá dar lo tuyo…
Ildefonso se llevó una mano al calzón y otra a las cuerdas de la bandurria…y empezó a tocar. Y empezó a cagar.
Sonó la melodía y el tufo de la mierda lo invadió todo, pero se escuchó la voz del trovador:

“En tu puerta me cagué
creyendo que me querías,
y ahora que ya no me quieres
dáme la cagá que es mía.”


Nadie le abrió, nadie le devolvió el furullo, aunque,eso sí, lo recogieron, concretamente María Julandrona, que lo guardó celosamente durante toda su vida en un tarro de cristal, y, a pesar de que Ildefonso no logró recuperar a su amada, esta canción dio más vueltas que un tiovivo, recorrió la geografía entera,   provincia a provincia, pueblo a pueblo, de una aldea a otra pasó de boca en boca y fue cantada y tarareada hasta nuestros días, como ya sabemos. 

* * * FIN * * *

Notas adicionales de interés acerca de los protagonistas:

María Julandrona: Se quedó solterona, con siete hijos de diferentes padres, y se tiró a todos los varones de la comarca, incluido el boticario, que le puso un piso en Ajofrín. Murió a los ochenta y dos años con cataratas.
Ildefonso: Continuó su carrera de trovador, formando la Trova Almorranera, y murió en un camino de cabras a los setenta y tres años, de un pedo que se le atravesó.
Don Diego Peláez: El terrateniente jamás volvió a ver a su hijo y se arruinó por las habladurías, su mujer le abandonó y el trabuco del abuelo acabó con su vida a los noventa y un años.
Don Eleuterio Cifuentes: El boticario, vicioso donde los haya, acabó convirtiendo la botica en una casa de citas y tuvo un lío con el alcalde. Salió del armario poco antes de morir de gonorrea, al confesar al cura que le dio la extremaución que le gustaban los hombres.

El grano: Como toda almorrana que se precie y no se trate debidamente, creció y creció en el ano de su propietario, Ildefonso, hasta el fin de sus días. Reventó en el nicho y dieron buena cuenta de ella los gusanos.

*    *    *
Estrella Cabrera Z. 2010
Todos los derechos reservados



1 comentario:

  1. Jaaaaaaaaaajajajajajajaja lo mejor es el final de los protagonistas!!! Trovadores Almorraneros??? Piso en Ajofrín??? Pero tía...estás fatal jajajajaajajaa

    Buenísima historia!

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