DE UNA MIERDA Y SU VERDADERA HISTORIA
QUE, POR UN QUERER, HABÍA QUE DEVOLVER
Capítulo
III
Al señorito Ildefonso le
quedaban dos telediarios para confesar. Lo que le parecía una mirada cálida y
amigable, eran en realidad unos ojos fríos y calculadores clavados en él, los
del boticario, que escudriñaban con ansia su interior, tratando de sacar de sus
entrañas el más íntimo secreto guardado.
Don Eleuterio sabía muy bien que tarde o temprano
el muchacho acabaría contando lo que tuviera que contar, sólo era cuestión de
tiempo, pues la infusión “relajante” que acababa de tomarse el muchacho no era
precisamente tila o manzanilla, sino un brebaje preparado por él a base de
hierbas hipnóticas cuidadosamente seleccionadas y destinadas a crear un estado
de bienestar y placentera confusión mental, capaz de alterar la conciencia de quien las
tomara.
Transcurrieron unos diez minutos, durante los
cuales, el boticario saboreó su pipa en silencio y el muchacho, cabezada va,
cabezada viene, casi se desnuca.
-Don Eleu…terio- farfulló, con dificultad-…¡cuánta
paz!
-¿Has dicho paz, hijo?- inquirió el boticario.-¿Sientes
paz?
-Mucha…don Botiquerio, digo… don Eleuterio, no sé
lo que me pasa…es muy extraño…, nunca me había sentido así…
-¿Así…?¿Qué quieres decir, qué es lo que sientes?
-Pffff! No sé cómo explicarlo…-Ildefonso sacó un
pañuelo para secarse el sudor que corría por sus mejillas- estoy como flotando
y viendo cosas que escapan a mi compresión, pero estoy muy a gusto, juro que jamás
estuve tan a gusto en mi vida…Verá usted, don Botica, digo don Cifuenterio,
digo don Buenafuente…pardiez! Perdóneme, que no logro recordar su nombre,
y…¿qué es eso?
Ildefonso miró hacia arriba.
-Ahí, sobre su cabeza, don Bueneterio, ¿no lo ve?
-No veo nada, ¿qué es lo que hay sobre mi cabeza,
aparte del humo de mi pipa?
-Caras…veo caras sonrientes…y…culos en pompa, como
sonriendo también!
-¿Culos?-preguntó don Eleuterio- y díme…¿qué te
sugieren esos culos?
-No sé, estoy confuso…es como si…cada culo fuera el
de cada cara que sonríe…
-¿Quieres decir que estás viendo una cara por culo?
-Sí, sí! Algo así…y están la mar de contentos…cada
cara con su culo, sonriendo…
-¿Y por qué crees que están tan contentos?
-No estoy seguro, don Bociferio…pero creo que están
en paz, son culos que cagan como Dios manda, y por eso sonríen…
-¡Caramba, ahora que lo dices! Ya los veo…sí,
fíjate en ése de ahí, me resulta familiar.
-¿El culo, o la cara?
-Ambos, ¿no lo ves? Ya sé, es mi culo, oh sí, lo reconocería entre un millón!
-Ya lo veo, ¿está seguro?, claro que yo no he visto
nunca su culo, pero si usted lo dice…será.
Don Eleuterio soltó una risita y carraspeó.
-Qué curioso, hay más de una docena de culos y
caras a nuestro alrededor, incluso me ha
parecido ver el de tu honorable padre…
-¿De verdad? ¿Cuál es, don Boliterio?
-Aquél de allí, está al lado del culo de doña
Justina, la panadera.
-Pero, ¿cómo puede reconocerlos con tal facilidad,
don Elifuentes?, al fin y al cabo, las caras no se ven con claridad .
-Muchacho, soy el boticario, he puesto cientos de
inyecciones en cientos de traseros durante años a la mayoría de las gentes de
este pueblo, y, si he de ser sincero, algunos culos son difíciles de olvidar,
sin embargo…no veo el tuyo por ninguna parte…¿dónde estará?
Ildefonso bajó la mirada, avergonzado, y murmuró:
-El mío no se encuentra aquí, don Boticafuentes,
imposible.
-Veamos…tiene que estar- insistió el boticario,
aparentando buscar con la mirada.
-Le digo que no.
-Sólo es cuestión de comparar- apuntó don
Eleuterio, y, acto seguido, se desabrochó el cinturón y se bajó los pantalones
y los calzoncillos, dejando al descubierto su blanco y flácido trasero, ante la
sorprendida mirada de Ildefonso.
-¿Ves?- dijo, señalando el imaginario culo en el
aire- aquél de allí es el mío, observa con atención, ¿no son iguales?
El pobre Ildefonso, confuso, afirmó con la cabeza,
sin demasiada convicción.
-No hay lugar a dudas, ahora buscaremos el tuyo,
bájate los pantalones y comparemos.
-¿Usted cree don Beleuterio?, no sé…-el muchacho
vacilaba, a pesar de su embriaguez, pero finalmente acabó por despojarse del
pantalón y el calzón, mostrando el trasero desnudo al boticario. El hombre, al
ver el grano gigantesco que sobresalía entre los carrillos, rompió a toser y se
le cayó la pipa al suelo.
-¡Santo Cristo!- exclamó.
-¿Qué ocurre, don Bucientes, lo ha encontrado ya?
-¡Por San Gregorio y la Virgen de la Chancla! En la
vida he visto nada igual!
El boticario se relamía de entusiasmo ante aquel
descubrimiento y la visión de la almorrana secreta del señorito Ildefonso le
produjo un intenso placer, a la vez que un asco horroroso, por qué no decirlo,
y ni tan siquiera se percató de que el muchacho empezaba a tambalearse, mareado
y agarrado a sus pantalones, y un segundo antes de caerse, logró articular una
frase:
-Don Bo…lientes…creo que no me encuentro bien…
Continuará…
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