lunes, 4 de febrero de 2013

De una mierda y su verdadera historia Capítulo V


DE UNA MIERDA Y SU VERDADERA HISTORIA QUE, POR UN QUERER, HABÍA QUE DEVOLVER

Capítulo V


-Don Eleuterio…- dijo Ildefonso, una vez que logró incorporarse-…¿qué…me ha pasado?,¿qué hago aquí, en su tienda, y…por qué me duele tanto la cabeza?
-Tranquilo, muchacho, estás en buenas manos- respondió el boticario.
-Pero… ¿qué hacía tirado en el suelo?
-Sufriste un mareo, eso es todo, probablemente debido a tu problema…de “evacuar”, ya me comprendes. Llegaste pálido y enfermizo, a pedirme consejo, después de haber discutido con tu novia, luego perdiste el conocimiento y caíste al suelo.
-Y ¿cuánto tiempo he estado sin conocimiento?
-Oh, bueno, tan sólo un minuto, es algo frecuente en personas que sufren algún tipo de alteración en las funciones propias del intestino, ya sea extreñimiento o cualquier otra anomalía similar.
Ildefonso se quedó callado, tratando de hacer recuento de los últimos acontecimientos vividos aquella tarde. Lo único que pudo recordar fue la discusión con María Julandrona, pero después de aquello, no logró recordar nada más con claridad. Por eso no entendió demasiado al boticario cuando habló de mareos, intestinos y extreñimiento. Don Eleuterio adivinó la duda y perplejidad en su mirada y le aclaró la situación, a su manera, claro está.
-Mi querido Ildefonso, sé muy bien qué es lo que te ocurre, y no debes preocuparte más por ello, ahora que soy conocedor de tu padecimiento, has de saber que  tu dolencia tiene los días contados…y, he aquí el remedio.
Al decir esto, alargó las manos mostrándole el tarro de cristal en cuyo interior podía apreciarse un líquido turbio y de color marrón verdoso oscuro.
-Y eso…¿qué es?- preguntó Ildefonso.
-El remedio a tus males.- respondió el boticario.
-¿Mis males...?
-Vamos, muchacho, ¿acaso no recuerdas que viniste a pedirme consejo, poco antes de caer desvanecido?
-No, don Eleuterio, no recuerdo nada de eso…
-No importa, la cuestión es…que tu sufrimiento se debe a algo tan simple y común como una almorrana. Ignoro cuánto tiempo llevas padeciendo a causa de ese grano infecto en tus santas partes, pero puedes estar seguro de una cosa: tus avatares con María Julandrona se deben en gran parte al problema en cuestión, y si no le ponemos remedio inmediato, ya puedes ir olvidándote de tu amada para siempre, eso sin contar que tu salud está en juego, a la par.
-¿Entonces…ha visto usted mi…?
Don Eleuterio afirmó con la cabeza.
Ildefonso enrojeció al instante, y tragó saliva.
-Muchacho…-dijo, en tono compasivo- no debes avergonzarte!¡Por el amor de Dios!, ¿quién no ha tenido alguna vez en su vida un grano en el culo?
Ildefonso le escuchaba atentamente, sin pronunciar palabra.
-He visto tu grano en el culo, y, en honor a la verdad, jamás vi uno tan grande como el tuyo, cierto, sin embargo, puedo asegurarte que los he visto mucho más asquerosos y repugnantes, y algunos de imposible curación.
-Pero, el mío…¿la tiene?, es enorme…
El boticario sonrió, intentando aparentar ternura.
-Aquí la tienes, muchacho. En este frasco se encuentra el conlivio que hará desaparecer esa inmunda almorrana y que te devolverá la sana y placentera costumbre de cagar como un hombre de bien.
-Don Eleuterio, yo…bien sabe Dios que tomaré la medicina y que le estaré eternamente agradecido cuando me libre del maldito grano, pero…no quisiera que nadie…
-Ya sé, ya sé lo que vas a decirme: temes que alguien pudiera  enterarse,¿no es eso?
-Sí, yo…verá…
-Pierde cuidado, que nadie más sabrá de este asunto, me pregunto por qué no viniste antes a pedirme remedio, teniendo en cuenta que, por las dimensiones del infecto grano, debías estar padeciendo desde hace mucho.
-Bastante, la verdad, si lo hubiera sabido…
-Bueno, poco importa ya lo pasado, ahora escúchame con atención: debes tomar una cucharada de este preparado, tres veces al día, durante una semana, la almorrana irá menguando y, al mismo tiempo, notarás la necesidad de evacuar, pero hazlo con cautela y recato…
-¿Significa eso que podré cagar por fin?
-En efecto, pero ten prudencia en tus apreturas, no vaya a ser que el grano reviente antes de menguar lo suficiente.
-Vamos, quiere decir que cague poco a poco,¿no?
-Sí, más o menos, y ahora vete que ya es tarde y he de cerrar la botica.
Ildefonso se despidió del boticario y se dirigió hacia la puerta, llevándose el tarro con el medicamento. Le dio las gracias una y otra vez, y quedaron en el pago de la receta para el día siguiente.
Cuando el hijo de los Peláez de Orduña arribó a su casa, lo primero que hizo fue encerrarse en su habitación para tomar su primera dosis de la medicina y luego guardar el tarro  a buen recaudo. No estaba dispuesto a permitir que nadie más supiera de aquel asunto, como tampoco estaba dispuesto a esperar una semana a solucionarlo. Por ello, y contrariamente a las indicaciones del boticario, en lugar de tomar una cucharada, decidió beberse casi la mitad del contenido del frasco. No podía ser tan malo, al fin y al cabo, pensó, y  con lo que ya había sufrido, no podía ser peor. Pidió que le sirvieran la cena en su habitación, y un criado se la llevó al cabo de media hora. Ildefonso estaba hambriento, nunca había sentido tanto apetito, se zampó una cazuela entera de estofado de cordero, dos platos de sopa de ajo, media docena de chorizos fritos, tres morcillas de cebolla con patatas asadas y aún le quedó sitio en el estómago para engullir una bandeja repleta de torrijas. Luego se acostó, pensando en su querida María Julandrona, contento y feliz de imaginar que ella volvería a sus brazos al fin. Tan sólo era cuestión de tiempo, una semana, o tal vez menos, y su problema, una vez resuelto, ya no sería impedimento en su relación.
Soñó durante horas con su amada, con granos, boticarios y torrijas…y a medianoche, despertó  acalorado. Un olor extraño invadía la estancia. Sentado en la cama, encendió una vela…El hedor era insoportable. ¿Qué era aquello? Las sábanas de su lecho ya no eran blancas, sino de color marrón claro. Sintió cierta humedad viscosa en los calzones de dormir. No tardó en darse cuenta de que se había cagado por la pata abajo. Y en cantidades descomunales. Allí había más mierda, la suya, que en la porquera. Y olía tan mal que, por no vomitar, salió de la habitación a toda prisa. Eran las seis de la mañana, uno de los criados lo vió correr escaleras abajo y salir al patio.
Ildefonso, agazapado detrás de un seto, sin poder hacer otra cosa que permanecer allí, en cuclillas, contempló el amanecer, mientras cagaba desmesuradamente a chorro, feliz, a pesar de todo, dado el tiempo que llevaba sin experimentar aquel placer cotidiano.

Continuará… 

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