viernes, 18 de enero de 2013

Doña Paciencia S.L. Parte Final


DOÑA PACIENCIA  ( PARTE FINAL)

-Venga ya!-le contesto- y yo soy Teresa de Calcuta!
-Da, da… sí, no te miento,chica, me llamo Petroswka, allá en mi pueblo, en Rumania, me llamaban doña P, es verdad, ¿por qué tú buscas doña P?
-Bah, qué más dá, es muy largo de contar, joder, ya es casualidad, ¿de verdad te llaman doña P?
La mujer pega otro trago, suelta un eructo y alargándome la botella, me dice:
-Sí, pero ya no, ahora me llaman puta rumana. Tóma, bebe, tienes cara de problemas…
-¿Eso es Vodka?
-Sí, Vodka es buena para mí, toma un trago conmigo, y cuéntame para qué quieres a doña P. Yo tengo mucho tiempo para escuchar…
-Ya, pero yo no tengo muchas ganas de hablar, he venido hasta aquí porque tenía ganas de pegarle una paliza a la tipa ésa doña P.
La rumana coloca varios ladrillos junto al fuego y finalmente me siento y agarro la botella que me ofrece.
-Pues mira, yo acabo de abrir la cabeza a un tío- me enseña el palo, que lo tiene escondido detrás.-Buena brecha, sí señor, buen palo, el muy cerdo aún debe estar sangrando, por poco lo mato si no echa a correr.
-Joder, ¿y eso?- le pregunto- ¿qué te ha hecho?
-Lo pillé intentando llevarse a uno de mis pequeños, yo estaba meando por allí detrás, los niños me avisaron, y los oí que gritaban…¡uno le mordió para que soltara a su hermano!
-Hijo de puta, si llego a estar yo, tú con el palo y yo a hostias, de aquí no sale vivo!
La rumana baja la cabeza, murmura en rumano, no lo entiendo, pero sé que se está cagando en los muertos del tío ése,  y escupe en el suelo. Luego me pide que le cuente lo mío.
 Le cuento toda la historia, total, no tengo nada mejor que hacer, así me desahogo y se me va pasando la pataleta. Petrowska me escucha en silencio, observándome con sus penetrantes ojos verdes, de vez en cuando mira hacia los niños y les vocifera en rumano.
Al tercer trago noto ya una sensación de calor y a gusto. Qué mujer tan curiosa, me parece como si la conociera de toda la vida. Después de contárselo todo, trago a trago, me dice:
-Qué historia tan extraña, chica,¿y tú por qué quieres más paciencia?
-Porque ya no tengo y me hace falta,¿sabes?
-No, no, tú no necesitas más paciencia, tú eres fuerte, lo veo en tus ojos.
-¿Fuerte?, perdona, tú no sabes nada de mi vida…una cosa es ser fuerte y otra estar hasta el moño de aguantar. Mira, llevo un año aguantando una putada detrás de otra, armándome de paciencia día tras día, llevo un año queriendo separarme de mi pareja y no sé cómo hacerlo, viendo cómo mi niño pequeño sufre porque no entiende lo que pasa, viendo a mi hija largándose de casa harta de peleas y malos rollos, llevo un año sin trabajo y se me acumulan las deudas, y además…
-¿Tú tienes casa?- me interrumpe ella.
-Sí, tengo casa- le pego otro trago al Vodka.-Bueno, no es mía, vivo de alquiler.
-Da, da, ya entiendo, pero…tú tienes una cama para dormir,¿no?, y tus niños también…
- Sí, tengo una cama para dormir, y eso ¿qué tiene que ver?
Se hace un silencio. Petrowska se acaba lo que queda de la botella y se levanta para echar un vistazo a los niños, luego coge otra botella de Vodka de un bidón y, mientras la abre, me pide que la acompañe.
Entramos en la fábrica y me enseña el lugar. No hay ventanas ni puertas, todo está derruído, húmedo, hace un frío del copón. En un rincón del suelo veo un colchón mugriento, unas mantas y enseres, al lado unas cajas y un hornillo de cocinar, todo lo demás es porquería y restos de basura que han ido acumulando todos los que han pasado por aquel lugar. Se me cae el alma a los pies. De repente me doy cuenta de lo estúpida que soy.
Petrowska me señala con el dedo, el ceño fruncido, su mirada es de ira al decirme:
-¡Yo también llevo un año, mira, un año así, y aún me queda paciencia, ¿cuánta? No sé! ¡Já!
-¿Aquí es donde vives?- es mi pregunta absurda.
-Sí, es todo lo que tengo, y mis hijos, claro…
-¿Los tres son tuyos?
-Da,da, son mis tres angelitos, son muy guapos ¿eh?
-¿Y el padre? ¿No tienes marido?
-Sí, está en la cárcel, ¡mejor!…Que se quede ahí, no quiero saber nada de ese hijo de perra. Mira…- me enseña un cicatriz en la barbilla y otra en un brazo-, ésto es todo lo que tengo de ese borracho cabrón!
-Pero, joder, aquí… sola, ¿no te dá miedo?
-Da,claro, pero ¿qué voy a hacer? No tengo otro sitio a donde ir!
-¿Y de qué vives? ¿Cómo le das de comer a tus hijos?
-Voy a robar a las tiendas lo que puedo, luego lo vendo para comprar comida, no puedo trabajar ¿a dónde voy a dejar a mis hijos?
-¿Y no has ido a los Servicios Sociales? Allí podrían ayudarte…
-¡NU!- exclama Petrowska, y escupe al suelo con gesto de asco- yo ya he probado éso, ¡no,no!, no pienso volver ahí, querían ayudarme sí, y darme un trabajo, pero querían separarme de mis niños. Decían que estarían mejor en un hogar de acogida, no,no, están mejor con su madre. Petrowska puede cuidarlos bien y darles de comer.
-¿Hoy han comido?- le pregunto.
-Hace un rato han merendado, leche y un trozo de pan.
-¿Nada más? Y tampoco van a la escuela, me imagino, ni puedes bañarlos…no hay más que verlos, llenitos de mierda hasta arriba.
-No puedo llevarlos a la escuela, los del servicio social me los quitarán,¿entiendes?
-Ya…-, no sé qué responderle. Miro a los tres niños, qué lindos son, qué rubitos, qué sucios, qué delgaditos, y qué felices jugando con los envases de cristal, entre la mierda y los escombros. Uno, el más pequeño, se acerca, tiene la nariz llenita de mocos y tose como un cazallero, debe tener unos seis añitos, la edad de mi hijo, pero debe pesar la mitad. Le dice algo a su madre en rumano que no me entero, y ésta, con un trapo sucio le limpia los mocos y le dice no sé qué y le dá varios besos abrazándole. El pequeño rodea el cuello de su madre con los bracitos y aplasta en su pecho la mejilla, sonríe tembloroso, por el frío, supongo.¡Dios! ¿Cómo puede haber gente viviendo así? Es injusto.Y yo quejándome de mi vida.
A lo tonto, ya nos hemos bebido una botella entera de Vodka entre las dos. Me noto la torrija, y siento que casi les estoy cogiendo cariño a la rumana y a sus niños. En mi cabeza no paran de dar vueltas mil pensamientos y sensaciones, ya me había olvidado de doña Paciencia S.L., no sé cuánto rato debo llevar allí, pero de pronto empieza a oscurecer y a hacer más frío.
Qué cosas tan raras me pasan. Hace un rato estaba hecha una fiera, dispuesta a romperle los morros a una especie de funcionaria llamada doña P. y acabo en este inhóspito lugar, encontrándome, qué coincidencia, con otra doña P, de Petrowska, una pobre rumana indigente, madre de tres criaturas, y pimplando Vodka con ella mano a mano. ¿Y por qué ellos tienen que estar en la puta calle y yo no? ¿Qué he hecho yo para ser mejor o más privilegiada? La verdad es que ya me importa una mierda lo de mi paciencia y mis problemas. No sé si es por el efecto del Vodka o qué, pero algo ha cambiado dentro de mí.
Presiento que estoy a punto de tener otra pataleta, esta vez sentimental.
De repente, me levanto, y, en plan militar, como una orden, exclamo:
-¡Venga! ¡Nos vamos!
Petrowska se queda mirándome sin entender. Me pregunta:
-¿Ya te marchas?
-No,bueno sí, nos vamos todos, venga, coge las cosas y a los niños que nos vamos.
-¿A dónde nos vamos?- me pregunta ella.
-A mi casa…
-¿Qué quieres decir?- insiste la rumana, noto su sorpresa.
-Coño, que os venís conmigo, aquí no os podeis quedar, me cago en la leche. En mi casa hay sitio para tí y tus hijos, dinero no tenemos, pero hay camas de sobra, y donde comen cinco comen ocho, además, a mi hijo le va a encantar tener amigos con quien jugar, y a tu pequeño hay que llevarlo al médico, tiene una tos de camionero,¡venga,vamos… muévete doña P!
La rumana está sorprendida, algo indecisa, pero yo, cuando quiero, soy muy autoritaria, y me obedece. En seguida, llama a los pequeños y coge tres bolsas, sin decir nada más. Callada, con dos de los niños de la mano, me sigue hasta el metro. El mayor va cogido a mi mano, tendrá unos siete años. Mientras caminamos, no deja de mirarme, y le digo:
-¿Quieres venirte a mi casa?
No sé si entiende español, aunque no me hace falta, porque sé lo que está pensando sólo con ver sus ojitos.
Y es curioso, durante el trayecto en el metro, mi mente, incluso con el exceso de Vodka, es capaz de hacer un resumen, rápido y preciso, a modo de epílogo, de todo lo acontecido hoy.

P.D.
Decía mi madre que “el colmo de la paciencia es meter unas zapatillas en una jaula y esperar que canten.”
 
FIN

Estrella C.Z. 2011









  






  

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